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Anotaciones sobre hacedores de Literatura (página 2)




Enviado por Alberto JIMÉNEZ URE


Partes: 1, 2, 3

En Caracas, el personaje se aparta de la sólida
empresa familiar y recorre las calles: se introduce en el
Metro, en los suburbios y reflexiona sobre
esa otra vida [de penurias, delincuencia,
crímenes y querellas políticas] que no se
atrevería a experimentar. Es, culturalmente, un sujeto
propenso a sentir regusto por la «vida fácil»:
el dinero y los placeres que se derivan de su profesión.
Pero, está intranquilo: ello aun cuando es un
privilegiado.

Un día, José Armando llegaba a su
apartamento y tuvo un encuentro fortuito con una mujer:
Magnolia. Ocupaba un departamento en el mismo edificio
donde él rentó, en la planta de arriba. Su belleza
lo perturbó.

Realiza viajes de negocios a la provincia, sin dejar de
anhelar reencontrarse con aquella maravillosa chica. Regresa a
Caracas. Sale una noche y se dirige a un bar, donde conversa con
un hombre que afirma conocerlo. Bebe con él, pero, de
repente, se aleja hacia otro ángulo de la barra desde
donde visualiza a Magnolia. Intenta aproximársele,
pero ella se le escabulle entre la gente que baila. Se desespera,
sale del sitio y la busca vanamente.

Con agudas meditaciones respecto a la existencia,
JIMÉNEZ EMÁN mantiene un gran suspenso sobre
la dama. Se entrega a disquisiciones con carga poética y
filosófica alrededor de los acaecimientos que ha
experimentado.

En el relato aparece Fernando ÁLAMO, de
quien confiesa que es su mejor amigo y que le expresa el
desasosiego que le inspira Magnolia. Él se muestra
receloso a causa de la obsesión de José
Armando
por la fémina. Lo persuade de ir a un
prostíbulo: El Jardín, lugar donde
contratan a dos mujeres y la parranda culmina en un hotel de la
ciudad.

No tardará en ver, otra vez, a Magnolia:
con la cual iniciará una tormentosa relación.
Amorío por temporadas interrumpido a consecuencia de sus
desapariciones. El desarrollo de esa relación lo
vinculará con una temible mafia de narcotraficantes, en
Europa. A partir de ello, se precipita la trama
novelesca: donde los asesinatos, allanamientos, reyertas,
pesquisas y detenciones le dan cuerpo. No procede que yo
continúe desentrañando esta fascinante historia:
que exige cierto rigor intelectual al lector, empero redactada
con fluidez y maestría.

En algunos aspectos, José Armando BORGOS
es su hacedor: el escritor pontífice, el narrador de sus
vicisitudes. Es Gabriel JIMÉNEZ EMÁN, con su
portentosa imaginación y sus angustias. Quien conoce al
escritor lo advierte, lo ve profundamente reflejado en la
invención de Ese Otro, uno de sus personajes
mejor logrados en el curso de su obra literaria. Un ser
emparentado con muchos que ya asomó en novelas como
Una fiesta memorable y en sus libros de
cuentos.

[VII]

Denzil Romero:
¿escritor polémico?

Infortunadamente fallecido cuando se hallaba en plena
lucidez, madurez y producción intelectual, Denzil
ROMERO
(1938-1999) comenzó a publicar su obra a partir
de los cuarenta años. Nació en Aragua de Barcelona
(Venezuela). Durante su juventud se trasladó a Caracas, en
cuya Universidad Central cursaría las carreras de
Filosofía y Derecho. Por décadas,
ejerció la abogacía: una disciplina que
abandonaría para dedicarse a la praxis de la literatura.
Su libro de cuentos «iniciático» fue
Infundios («Monte Ávila Editores
Latinoamericana», 1978). A ese primer volumen de
narraciones le seguirían El invencionero (1982);
La tragedia del generalísimo (novela, Premio
«Casa de las Américas», 1983); Entrego los
demonios
(1986), La esposa del Dr. Thorne (1988,
con la cual obtendría el Premio Internacional de novela
«La Sonrisa Vertical»); Grand Tour (1988)
La carujada (1990), Códice del nuevo
mundo
(1993), El corazón en la mano (1993) y
Para seguir el vagavagar (1988). En nuestro país,
fue postulado por un grupo de escritores (incluyéndome)
para que recibiera el Premio Nacional de
Literatura.

El parto de El invencionero

Ya con Infundios, Denzil
demostraría su extraordinario don narrativo: caracterizado
por la concisión argumental, dominio del lenguaje e
iluminada imaginería. En 1979, el notable intelectual
[poeta, artista plástico y médico] Carlos
CONTRAMAESTRE
me ofició la responsabilidad de leer los
originales de El invencionero: compilación de
relatos que [yo] aprobaría para su edición
institucional en la Universidad de Los Andes. Pero,
inesperadamente, «Monte Ávila Latinoamericana»
ofreció editarlo y el escritor retiró sus
originales de nuestra casa de estudios (8). Esa
magnífica y estadal empresa terminaría
convirtiéndose en su preferida para dar a conocer sus
creaciones.

De El invencionero advertí la brevedad
de las narraciones, el cultísimo manejo argumental por
parte del autor y su recusable propósito de contar
más que impactar con finales inesperados. Ya ROMERO
dejaba entrever su inclinación hacia la descripción
exacerbada de ciertas atmósferas, empero no al modo
«hiperrealista» garmendiano: su
pulsión ficcional nada a nadie debía.

La esposa del Dr. Thorne escandalizó
internacionalmente

Cuando -en EspañaDenzil ROMERO obtiene
el Premio «La Sonrisa Vertical», numerosos
admiradores de Manuela SÁENZ (compañera de
Simón BOLÍVAR) difundirían,
internacionalmente, una fortísima protesta: a juicio de
ellos, el novelista venezolano irrespetaba la imagen de
BOLÍVAR al describir a la «Libertadora»
(cual la califican algunos historiadores) como mujer diestra en
las artes amatorias.

«[…] No se conformaba Manuela con el
escarceo del amor sáfico. No le bastaban los toques
delicados, ni el cautiverio suave, ni la regalada llaga. No, no
se conformaba con el voluptuoso temblor, con los libidinosos
cosquilleos y las aplicaciones de los sentidos que la tía
Librada le ofrecía. Quería más.
Quería un hombre (…) Un hombre, sí, que la
hiciera vivir con su ominosa carne; un hombre que la calmase, que
la curase, que la corrompiese; un hombre que la tendiese laxa
sobre el sudor de las sábanas y la dejase, ahí,
vuelta un estropicio; un hombre que esparciera debilitara,
envenenara su perezosa sangre; un hombre que la hundiera en el
pantano edénico y la hiciese ser de nuevo légamo
primigenio; un hombre que le regalara su
larga—gruesa—robusta sabiduría y que la
regresase a la tierra y a sus zumos nutricios y al primer batir
de las olas del océano, y que la hiciera recuperar de todo
el peso y la rotundidad […]» (Ob. cit., p.
37. «Edición del Círculo de Lectores»,
Bogotá, Colombia, 1988).

En sus respectivos países, especialmente en
Ecuador, pienso que fue errática la percepción que
de la novela propagarían ciertos y oficializados
«intelectuales».

En párrafos como el transcripto, por ejemplo,
podemos apreciar -plenamente- la densidad narrativa
romeroniana: representada en una portentosa inteligencia
al configurar a un personaje y su entorno. Denzil
debió admirar a la heroína de la Guerra
Independentista,
una mujer que le daría fortaleza
emocional al más notable de los próceres
latinoamericanos que la historia registra. Sin dudas, el escritor
se documentó: procesó un cúmulo de
informaciones y luego vertió a la trama novelesca cuanto
pudo ser (aun cuando ficcionada) una indiscutible
realidad:

«[…] Una de las dos tomó la
iniciativa. A buen seguro, fue Manuela. Entonces se besaron en la
boca. Plenas, delirantes, primero. Con suavidad, después,
en una forma de unión juiciosa, la que da el perfecto
amor, al decir de Corneille. Mutuamente, con toquitos leves,
apenas deslizando las yemas de los dedos como si
hiciéranlo sobre una superficie aterciopelada, se
acariciaron las sienes, los párpados, las mejillas, los
cabellos, la nuca, el lóbulo de las orejas, el cuello, los
pechos, como si quisieran cerciorarse de que en verdad
existían y estaban allí, una para la otra. Por
largo rato aún se quedaron abrazadas, cual si ese abrazo
infantil fuese el acoplamiento total […]»
(Idem., pp. 117-118).

Si Manuelita SÁENZ fue o no lesbiana, si
su «infinita perversión» la impulsó a
ejecutar relaciones tenidas por irregulares, es una probabilidad
que ninguna [¿crítico?] persona puede
vehementemente rechazar o confirmar. Todo lo que sucedería
en el decurso de aquellos tumultuosos días está en
el firmamento de lo «conjetural».

Para seguir el vagavagar: de nuevo Francisco
DE MIRANDA

A partir del éxito editorial de su novela La
tragedia del generalísimo,
Denzil ROMERO
abandonaría -para siempre- la escritura de textos
literarios basados exclusivamente en su imaginación. Se
adhirió a lo que exigía [y exige] el Mercado
Editorial Internacional; novelas de «corte
histórico», donde la documentación es lo
más relevante. Esa -a mi juicio- equivocada y pesetera
presión
es todavía ejercida a todos los
cultores de (ficciones) narrativa en
Hispanoamérica. Sin embargo, los autores que han
claudicado tuvieron algunas libertades: la de, por ejemplo,
tergiversar los dictados de la historia. Con Para seguir el
vagavagar,
ROMERO quiso enfatizar que la
temática franciscomirandiana es casi
inagotable:

«[…] En esas solitarias masturbaciones,
generalísimo, no te dabas tregua. Tirado entre las
sábanas humedecidas, seguías impertérrito
imaginando y desimaginando fornicaciones interminables, con
Afrodita naciendo de las aguas del mismo Botticelli con su Virgen
del Magnificat, con la Santa Justina martirizada de Pablo el
Veronés, y con La Venus del Urbino del prolífico
Tiziano, rozagante, enrojecida, penumbrosa e iluminada de
reflejos […]» (Ob. cit., p.
121).

En este libro, el autor reincide en su intencionalidad o
regusto por las descripciones «eruditas» de ambientes
y hábitos en los cuales –fluidamente- se
desenvuelven los hacedores de novelas. El MIRANDA
romeroniano se halla en Italia y experimenta
(¿inmorales, acaso?) innumerables situaciones, gozos y
triunfos. Es, políticamente ovacionado, vive aventuras
sexuales y se asombra ante la espectacularidad artística
de un territorio mítico:

[…] «A ratos, dejabas la monumentalidad de
la Roma antigua, el Foro y el Coliseo, el antiquísimo
Puente Sublicius en la proximidad de la Isla Tiberina o el
hermosísimo claustro Cosmatesco del Vassaletto en la
Basílica de San Pablo, para meterte en los tugurios y
observar de cerca a la plebe ignorante, la única clase
social realmente viva que en Roma existe». [Cfr., p.
135]

Al narrar, el hacedor de Para seguir el
vagavagar
(el lector notará la ironía
explícita en el último vocablo del título)
se dirige al propio Francisco DE MIRANDA. En el
ficciomundo, mi amigo encaró y espetó al
prócer para que recordásemos la prolijidad
aventurera que lo haría trascender.

[VIII]

«Percepción del «Mundo
Inmundo» de Saintus

Es rigurosamente cierto en el Mundo Inmundo
(9) de Marie Josué SAINTUS: la perversidad
puede ser una forma válida de existencia. Cuando la
intelectual se comunicó inicialmente conmigo, lo hizo de
una forma tan original que –de inmediato- le
pregunté si escribía. Mi sospecha estaba fundada:
ya ella tenía en prensa la mencionada compilación
de sus extraordinarios y primeros textos.

Algunos son cuentos, sin duda impactantes: El tempo
de la diosa oscura, La oveja negra, Jack, el oscuro
y El
ultraje
[entre otros]. En todos, la autora narra sin freno:
es explícita, corrosiva, irreverente, persuasiva y nada
moralista.

En El ultraje (10), por ejemplo, es
imposible que el lector no experimente cierto terror frente al
violador de una púber: «[…] Esta tarde vi a
una hermosa niña caminando cerca del lago (…) Cerca
de mi lugar favorito (…) Tenía la cara bonita,
tierna e ingenua como la Lolita de Nabokov, los senos
pequeños y el culito repingón (…)
Dejé salir a la bestia que hay en mi (…) Tuve que
golpearla para que se calmara. Vi cómo se rendía,
cansada de lucha […]»

Todavía en los claustrofalaces se
discute si la «Literatura Erótica»
[«Perversa», «Morbosa»] merece la
atención y el respeto de los investigadores de la
Academia. Aún a quienes escriben con obvio desparpajo
[como Marie Josué] ciertos críticos de
«Culta Cofradía Universitaria» le deparan el
correspondiente enjuiciamiento por cometer, por
«delinquir» mediante la redacción de cuentos o
novelas que pudieran lucir similar a una alevosa falta de
respeto. Tampoco da tregua a los lectores no académicos
porque no tiene sentido la suspensión de la
Razón Inmutable. La narrativa de SAINTUS
es divina e insolente. Pero, es preciso decir que supura
inteligencia. No oculta «lo oculto heideggeriano»,
transforma el hiperrealismo en ficción que enfada.
Abofetea, escarba nuestras conciencias y desflora la
«Moral» de las mofetas de la Oficialidad
Literaria.

Cuando la Literatura no es odorífica ni hiede no
merece ingresar al «Insepulto y de Nadie Territorio de la
Ficción», donde la Razón Inmutable
ejerce un dominio indiscutible. La Literatura tiene que conmover,
seducir o esputar encima de la inextinguible e hipócrita
«Humanidad». Las historias de Marie Josué
SAINTUS
no están destinadas a ser absorbidas por
La Nada o el Agujero Negro que mantiene sitiado
a los hacedores, sino que han irrumpido para felizmente
perturbarnos. Su prosa semeja a una infalible y letal cepa
infectomutante.

Sólo despojándose de prejuicios frente a
sus despiadados personajes, de esa forma los lectores no aviesos
evitarían ser lastimados por la escritura de
SAINTUS. Pero, estoy convencido que son más
peligrosos los creadores que se enmascaran para intentar
mostrarnos que no tienen la psiquis torcida: esos que, contrario
a Marie Josué, maquillan cobardemente la sustancia que
fortalece el acto escritural.

En Mudo Inmundo Marie Josué igual
inserta apotegmas interesantes, muy mordaces: «[…]
Debes escribir no sólo para destruir, no sólo para
conservar, para no transmitir, escribe bajo la atracción
de lo real imposible, aquella parte de desastre en que zozobra, a
salvo e intacta, toda realidad […]» (11).
Excelente, afirmo, este iniciático libro de una joven,
vanguardista y talentosa escritora residenciada en Caracas y a
quien me placerá conocer personalmente.

[IX]

Febres Cordero
vindicado por Gil Otaiza

Interesante la forma como el escritor Ricardo GIL
OTAIZA
inicia su biografía de Don Tulio Febres
Cordero
(«Edición del Diario El
Nacional
», Caracas, 2008), mítico y
emblemático intelectual venezolano de nacimiento
decimonónico [1860]. Comienza por dejar
explícito que fue «mortal», como nosotros, un
hombre que experimentaría bienaventuranzas e infortunios.
Que sería respetado, empero igual presa de la
idéntica maledicencia que los hostiles SALIERI –de
todas las épocas- esputan contra inteligencias como la que
tuvo MOZART: y a ello no puede calificarse como algo
diferente a envidia, esa que, aun cuando no siempre lesiva,
fijó su acepción última en los deseos del
mediocre por desestimar o «embasurar» el talento de
quien -sin aspavientos- lo exhibe:

«[…] Si, altos y bajos tuvo la vida de Don
Tulio» […] «Paradójicamente, fue un
incomprendido, un ser que tuvo que luchar contra la inmediatez de
su entorno y de sus contemporáneos para erigir una obra
que trascendió los límites de su tiempo
histórico por acción de su mera persistencia vital
[…]» (Ob. Cit., p. 14)

Cuando comencé a leer la biografía que
Ricardo redactó sobre nuestra Intelligentia
Mater
en Mérida, le confidencié a mi
fraterno autor que su texto tenía propiedades semejantes a
la «Física Cuántica»: me transportaba,
en un claustromóvil de antimateria, hacia
aquellos días. Me vi, me sentí y deambulé,
cabizbajo y triste, por las calles que transitó FEBRES
CORDERO
: fui su interlocutor fortuito, me inquietó su
fragilidad corporal y lo tomé del brazo, en trance de
admiración,
para ayudarlo a pasar de una a otra acera
hacia la Plaza del Prócer Principal.

Y, eufórico, recordé mi arribo a
Mérida, durante el alba de la «Década de los
Años Setenta» (ya que en paz descanse, Siglo
XX
). Era una ciudad fría, con una sierra feliz e
ininterrumpidamente plagada de nieve, cobijada por la neblina y
una sempiterna llovizna durante todo el año. En las
paredes del centro de la ciudad se adhería el musgo, los
enormes árboles de las plazas principales (Glorias
Patrias
y Bolívar) parecían gigantes
de Otro Mundo, los líquenes descendían de
sus ramajes y los helechos embellecían balcones y parcelas
baldías. Pero, irrumpió lo que los heroicos
ecologistas del Green Peace popularizaron con la
expresión científica «recalentamiento
global» y ya a Mérida no la estigmatiza esa, que me
provocaba estupor, Sierra ad infinitum
Nevada.

Asevera el biógrafo y amigo que D. Tulio
saboreó las mieles del triunfo social y literario. Aun
cuando Mérida era casi una aldea, no exagera Gil
OTAIZA
porque el éxito literario nunca ha estado
realmente sujeto a la perversidad de eso que alguna vez
impenitente Karl MARX calificaría como
plusvalía, que siempre dictada por el entenebrado
territorio del (mercado) materialismo: según el
cual, valemos y somos exitosos proporcionalmente al cúmulo
de próceres impresos que logramos, el poder que
se nos confiera o la fama [académica, intelectual o de
cualesquiera disciplina] que –de súbito- nos
sobrevenga. Y, si de Literatura se trata, en la actualidad
seremos triunfadores sólo por decisión de los miles
o millones de lectores de esta sensación
albertoisteiniana de existencia que la
Multimedia y otros factores de la «Ciencia
Postmoderna» han empequeñecido y de la probabilidad
que nuestros libros impresos se conviertan en eso que llaman
best seller (que muchos hipnotizados adquirientes ni
siquiera saben qué significa en Inglés) para
ocupar, sin ser leídos, los anaqueles de bibliotecas
universitarias, públicas o privadas, y residencias de la
presunta y siempre preterida «Clase Social Culta o
Instruida».

Presumo que los rasgos historicistas que tiene la obra
más conocida de FEBRES CORDERO, sus indagaciones en
rededor de los mitos y leyendas del Estado Mérida y hasta
las querellas por límites territoriales que lo
mortificaban impulsaron a Ricardo Gil OTAIZA a decir en la
biografía que «[…] su interés fue
siempre impactar de manera positiva todo aquello que brotaba de
su tierra como un manantial, y que podría llevarse al
papel para ser eternizado […]» (Idem., p.
15).

La evidente sensibilidad social de D. Tulio,
explícita en la enjundiosa investigación que nos
presenta Ricardo, impulsaría a FEBRES
CORDERO
a preocuparse por asuntos que el propio
biógrafo califica de «triviales o
domésticos»: el comercio de la producción del
café y cacao, el resguardo de la nombradía de las
plazas y lo que hoy nada de fatuo es: el inevitable y funesto
destino de los ecosistemas en el planeta.

Febres CORDERO habitaba un pequeño enclave
del mundo, de aquel que fue inmenso y hoy, por lo expuesto la
víspera, se ha reducido. Los avances científicos y
tecnológicos han transformado al planeta en una comarca.
Pero, las tribulaciones de nuestra Intelligentia Mater
están vigentes. Y Ricardo Gil OTAIZA, con su
admirable destreza de narrador que en alta estima guardo,
infiere:

«[…] Una larga avenida, que otrora
estuviera vigilada por decenas de altísimos
árboles, tal vez cipreses, que parecían callados
centinelas apostados a la vera del camino, conduce al
panteón familiar de los Febres Cordero, que se encuentra
junto al de los Parra, donde yace el también eminente
escritor, nacido en Mucuchíes, Pedro María Parra
[…]» (Ibídem., p. 19, del
entretítulo «Cinco águilas blancas y un
epitafio»)

Fue una decisión acertada de Gil OTAIZA,
talentoso merideño devenido en biógrafo de uno de
un gran magma de la intelectualidad regional, abordar
ciertos aspectos de cuanto fue la vida íntima del insigne
Don Tulio FEBRES CORDERO (cuyo memorable nombre luce esa
imponente obra ordenada por nuestro querido amigo, escritor y
Gobernador Magnífico Jesús RONDÓN
NUCETE
: el principal Centro Cultural de la capital del
Estado Mérida). Nombre que igual lleva la tan
numerosas veces protagónica avenida donde más tarde
se construyeron las facultades de Medicina e
Ingeniería de la Universidad de Los Andes,
y que históricamente registra los no siempre
lícitos reclamos estudiantiles, desfiles carnavalescos y
otros eventos.

Nuestro Pater intelectual experimentó la
muerte prematura de su primogénita, Ana Josefa. El
hacedor se deprimió profundamente, y se sumergió en
la pena y reflexión alrededor los infaustos sucesos que la
existencia puede deparar a cualquier Ser Humano, porque nadie
espera o anhela que la vida lo lastime y aflija tan
cruelmente:

«[…] El escritor entra en una dura fase de
introspección y de análisis de su vida familiar, y
al sobreponerse de la conmoción logra escribir un hermoso
texto que intituló Siempre en blanco, que representa una
especie de vitrina a través de la cual Don Tulio se
expone, se desnuda, abre su corazón y deja que broten
todos sus sentimientos que a lo largo de la vida de la hija
había anidado en lo más profundo de su yo
interior» [p. 79 de «La intimidad de su tragedia
personal […]»]

Ricardo Gil OTAIZA da suma relevancia, en el
entretítulo ¡Me amabas tanto! [p.p.
115-121], a episodios matrimoniales del escritor. Aparte de
reputado ciudadano, su relación conyugal era, y no
exagero, ejemplar. Lo cual no es frecuente entre quienes
transitamos el camino de las Letras, en el curso de las
postrimerías de la Presencia Humana durante la Era del
Tedeum Expansivo de una Humanidad Agónica
, en los
tiempos del imperio de fenomenologías como el
Feminismo, la Desinhibición Sexual,
Informática, Multimedia, la Magia de
lo Satelital
y la Exploración
Estratosférica
de los parientes de la Tierra que
procreó el Big Bang. Don Tulio y Teresa
de FEBRES CORDERO
se prodigaron un intensísimo amor.
Cuando ella muere [1883], dejó impreso su doloroso
testimonio de inquebrantable fidelidad: «[…] Aun te
siento en mi mismo; estrechamente abrazada a mi espíritu,
apurando conmigo, en la misma copa, la gran amargura de la
orfandad en que quedan nuestros hijos […]»
(fragmento citado por el biógrafo, p. 117)

Gil OTAIZA, quien incisiva e inteligentemente
indagó sobre su vida, da trato de venerable al
auténtico Magister de una Literatura de inestimable legado
para los venezolanos: «[…] Los merideños se
apostaron aquella noche del 3 de Junio del año 1938 en los
predios de la casona paterna, que servía de hogar al
escritor merideño, y en la que había nacido,
ubicada en la esquina del Centenario, en la Avenida 3
Independencia con calle 19 Cerrada, a cuatro cuadras de la Plaza
Bolívar (…) No hubo una personalidad, o un simple
hombre de pueblo que no se sintiera impelido a darle el
último adiós a Don Tulio. Contaba con 78
años de edad cuanto expiró […]»
(Supra, p. 20)

[X]

Ramos de Lora: el
advenimiento y periplo de un extraordinario
sacerdote

Según Baltazar PORRAS CARDOZO, durante el
alba del Siglo XVIII la Sociedad Española se
distanciaba de la Iglesia Católica. Hubo razones:
la influencia francesa, que, al parecer, fue nefasta para el
fluido desenvolvimiento del clero. Leamos lo que afirma
en su libro El Ciclo Vital de Fray Juan Ramos de Lora
[«Ediciones del Rectorado» de la Universidad de
Los Andes,
Mérida, Venezuela, 1992]:

[…] «Bajo la nueva dinastía
borbónica, España sigue siendo profundamente
católica y sus reyes, desde Felipe V hasta Carlos IV,
fueron cristianos practicantes […] Pero la vida religiosa
tradicional se vio modificada por el centralismo de influencia
francesa, lo cual se expresó en una intromisión
mayor en los asuntos eclesiásticos y en la firma de los
concordatos de 1737» [p. 17 de la Ob.
Cit.]

Es curioso, empero, a pesar de ese
«distanciamiento» que alude Monseñor en su
magnífico trabajo de investigación, en el curso del
Siglo XVIII el Clero Español fue mayor.
Acaso, ¿hubo -paradojalmente- más hombres ganados
para asumir la vida monástica mientras el pragmatismoo
ganaba adeptos?

Nuestro Arzobispo e intelectual nos advierte que
transcurrió el Siglo de la Ilustración sin
que el clero creciese al ritmo del XVII: pese a
lo cual, la instrucción que recibían los novicios
era más rigurosa, pero centrípeta:

[…] «El clero regular era preferentemente
urbano y su procedencia fue cada vez mayor de estratos bajos de
la sociedad. La formación no cambió en lo
sustancial pero sufrió acomodaciones en dos sentidos:
disminuyó la asistencia de clérigos a las
universidades mejorando la formación estrictamente
eclesiástica, y acentuando la separación entre el
mundo clerical y el laico. Por otra parte, las corrientes
ideológicas imponían nuevas orientaciones que no
fueron igualmente asimiladas por todos» [Idem., p.
17)]

[El nacimiento de Juan Manuel Antonio RAMOS de
LORA]

En los principales ámbitos [político,
industrial, clerical, científico e intelectual], Europa
cambiaba vertiginosamente. El 23 de Junio de 1722, nace
Juan Manuel Antonio [En Villa de los Palacios y
Villafranca
]. Hijo de Manuel Ramos y Bárbara
María de Lora, al poco tiempo es bautizado [el 28 de ese
mes].

[…] «De sus primeros años no tenemos
noticias -sostiene PORRAS CARDOZO-. Es probable que fuera
el primogénito de su familia, pues, lleva el mismo nombre
del padre, antecedido del de Juan, seguramente por haber nacido
en la víspera de la fiesta del Bautista. Y como tercer
nombre lleva el del santo más popular en la comarca
bética, Antonio de Padua, premonitorio de su futuro
vocacional» [cfr., p. 18].

Se presume que nació en cuna de familia acomodada
[quizá «labradores no asalariados»], ello por
cuanto sólo aprendían a leer y escribir quienes
tenían ciertos recursos económicos.

[Sus primeros pasos en la Ruta que conduce a
Dios]

La fecha de su ingreso al Convento de «San
Antonio de Padua»
[Sevilla] se desconoce. Su
condición iniciática era la de «hermano de
coro»: que no lego, dilucida Baltazar PORRAS
CARDOZO
. Un «hermano de coro» tenía
derecho a recibir instrucción y
órdenes sagradas. Para ser admitido se
requería que el aspirante supiese leer y escribir, y
alguna dote.

Está escrito que fue «religioso de
coro» en la Orden Seráfica de la
mañana del 19 de Febrero de 1743. Ello significa
que se destacó desde sus comienzos.

De acuerdo con las «Constituciones» de la
Orden, el 18 de Febrero tomó el
hábito. Profesar como «religioso de
coro», con hábito, significaba un
simbólico «ordenamiento» en el camino del
sacerdocio. Su devoción por San Juan lo
impulsaría a asimilar el nombre religioso del
Bautista. Era lícito en la Orden y a
partir de ese instante firmaría como Juan RAMOS DE
LORA
.

[La formación sistemática del
Fraile]

En el Convento de «San Antonio de
Padua»,
Juan Ramos de Lora recibió nociones de
Gramática, Letras, Artes, Lógica,
Filosofía Natural, Filosofía Moral,
Metafísica, Teología Escolástica
y
Escritura.

Los religiosos lograban la «Orden
Sacerdotal» un año antes de terminar los estudios
formales. En su caso específico, fue consagrado el 24 de
Septiembre de 1746: es decir, tres años
después de haber profesado como «hermano de
coro», lo cual nos hace presumir que fue un alumno
sobresaliente.

[Las primeras misiones]

Ulterior a su «ordenamiento», Ramos de Lora
se mantuvo en Villa de los Palacios y Villafranca:
donde, con fervor, continuaría sus estudios. Desde 1523,
había existido la Comisaría General de
Indias.
Y, precisamente, la Orden Seráfica
-a la cual pertenecía Fray Juan- ostentó la
atribución de decidir las expediciones.

Por ello, en 1749, Ramos de Lora partiría en
misión de ultramar junto con 30 sacerdotes y tres
legos. Infiere Monseñor Baltazar PORRAS
CARDOZO
:

[…] «Solo unas pocas pinceladas, muy
tenues, nos permiten imaginar siquiera la personalidad de Fray
Juan Ramos de Lora. Por sus frutos lo conoceremos. Su
formación inicial en el hogar y en el convento sevillano,
el empuje de una obra floreciente como el colegio de Propaganda
Fide de San Fernando de México, y las coyunturas que la
historia le brindó harán de este franciscano
humilde y sencillo, hombre que marcó amplio surco en las
gestas de evangelización americana de la segunda mital del
Siglo XVIII» [Ibídem., p. 21]

[Obispado de Mérida de Maracaibo:
última misión]

Después de treinta y un años de intensas
actividades evangelizadoras en México y
California, Fray Juan Ramos de Lora viene a nuestras
tierras para fortalecer la erección del Obispado de
Mérida de Maracaibo
[cuyos pasos iniciáticos
para su establecimiento se ejecutarían entre 1765 y 1769].
El 9 de Octubre de 1780, el Rey formaliza el
nombramiento de Ramos de Lora como Obispo de Mérida de
Maracaibo.
Pero, el 9 de Junio de 1783
recibiría la Bula para su
Consagración y las Ejecutorias
[entregadas por el Virrey].

En 1784, ya Fray Juan se hallaba en Maracaibo.
En pocas semanas, se dedicó a la preparación de su
«carta pastoral«. Un año más tarde,
viajaría a Mérida con intenciones de
fundar un seminario. Para la realización de sus anhelos,
formuló «Constituciones» en redor a una casa
de educación que funcionaría en un abandonado
convento de franciscanos. Ello sucedió el 29 de
Marzo de 1785. Comenzaría la historia que precede
a la fundación de la Universidad de Los Andes
[que se aproxima a los 250 años].

(XI)

«Leer el
mundo» con Bravo

«Centenares de años antes de la
Era Cuántica, ya Lao TSE lo
había escrito (VI a. d. C). Luego, la
Existencia
ha estado plena de hechos que lo ilustran. Lo que no puede
ser expresado
fue aquél, ése por el
filósofo aludido como
TAO, lo es ahora
y será: siempre, cruel y merecidamente,
consumado. Lo que vindica su tesis según la cual
nuestro nombre no lo es y tampoco el que identifica al
Universo. A pocos les fue dado el Don de la Inteligencia
para saberlo e impartir El Conocimiento sin que se
les de cacería y, por ello, a veces parece fábula y
en otras ocasiones discernimiento de ocultistas
»

(A. J. URE)

Enriquecedora y grata experiencia tuve
adentrándome al libro Leer el mundo de
Víctor Bravo (Veintisieteletras, Madrid, España,
2009). Recordé a Herman HESSE, su novela intitulada
El juego de abalorios (1943) y la fascinante
«Arcadia» donde cohabitaban privilegiados y
sedentarios individuos cuya misión era la búsqueda
y fortalecimiento del genio provecto: de la macerada
sabiduría. Empero, ¿por qué?.

Es indiscutible que Leer el mundo es una
especie de vigoroso compendio de reflexiones e ideas personales,
convites y refutaciones que fluidamente Bravo asume tras sus
prolongados años de Academia y ejercicio
intelectual afianzado en una envidiable percepción
universal del Homo Sapiens. Ya el «himen»
del libro nos advierte que, más allá del
zaguán, BRAVO iluminará nuestro
recorrido desde y hacia los primeros tiempos: cuando la
Palabra comenzaba a ser «Investida de
Autoridad» frente a la ausencia primitiva de leyes u orden
en el ámbito del Conocimiento Humano:

[…] «Es la verdad de las sociedades
míticas y religiosas que en la modernidad refluye en las
diferentes versiones de los totalitarismos, sociedades asertivas,
identitarias, cohesionadas por hilos genealógicos y por el
principio incuestionable de la obediencia» […]
«Cada paradigma o epítome legitimaría una
forma de verdad» (Ob. Cit., p. 14)

En este albo texto de Víctor BRAVO [venezolano,
Doctor en «Letras», n. en 1949] suscita estupor la
lógica erudición de alguien que, dotado de
formidables cualidades intelectuales, ha exitosa y fidedignamente
consagrado su vida al estudio y la Academia. No son sus
formulaciones petardos de una mente intuitiva. Sus juicios son
deductivos, nunca mezquinos porque nada conceden a La
Cábala,
sino que ha libado Pócimas de La
Ecclesia
que finalmente exhiben el blindaje de su
hermenéutica personal. Y nos dice:

[…] «Desde su aparición en la
Tierra, por medio del lenguaje, el hombre produce y consume
relatos» […] «El hombre que habla es,
inmediatamente, el hombre que cuenta» (Idem., p.
26)

BRAVO nos guía con su prosa, nos lleva por
el sendero de lo hermoso intelectual que todos los
escritores y lectores miramos similar a Konstantino
KAVAFIS
cuando –extasiado- pronunció: […]
«Contemplé tanto la belleza,/que mi visión le
pertenece» (Poesías completas,
«Ediciones Peralta», Madrid, 1978; p. 87). El
ensayista indaga respecto a la destrucción de lo
Divino, e igual su trascendencia: su secularidad, su
perversión y también su ininterrumpida
progresividad mediante la lucubración que lograría
[cual vindicta] el parto de la Palabra:

[…] «Sacralidad y poder acompañan a
la escritura. En las ciudades primero, y en la
configuración de los Estados, después, la escritura
ha sido siempre arma de control y de homogenización»
(Ibídem., p. 66)

Cuando BRAVO medita sobre la reincidente quema de
libros (práctica infame inaugurada en Alejandría)
que todavía provoca perplejidad en los cultos y letrados,
afirma algo que sella –definitivamente- su adhesión
y defensa de la legitimidad de la trascendencia como
irrecusable tesis espiritualista: […] «El poder
dogmático, absoluto, levanta sobre el libro una
prohibición y una hoguera» […] «El
libro herético ha sido perseguido por siglos»
(Cfr., p. 101). En este innovador más
que «novísimo» libro, el lego y
sesudo ensayista se avoca de modo múltiple al
Nacimiento de la Palabra: su fecunda procreación
y horizontal desarrollo hacia la lógica complejidad que le
aguardaría. Los ideogramas [figuras o dibujos que
registraban o contaban historias] experimentarían un
cualitativo salto adelante con la irrupción de vocales y
consonantes que dan cuerpo a las formulaciones
fonemáticas
y sintagmáticas
adecuándose a la insólita propensión del
cerebro humano al pensamiento abstracto. Víctor
BRAVO defenestra a la lesiva ignorancia frente a la cual,
impiadoso, jamás transige.

[XII]

Pendencia
ricardiana contra el «
Método
Científico»

«Afirmo que el Método
Científico es la conjunción del Empirismo,
la reflexión en su derredor y la posterior
e
inteligible formulación destinada a la
trascendencia del
conocimiento cuando recién
irrumpe»
(A.J. URE)

No es frecuente que un escritor de nuestro tiempo
experimente placer por el estudio de la
Filosofía, algo que me parece insólito. En
el curso del S. XX, por ejemplo, pudimos advertir el
profundo respeto y adhesión hacia la disciplina mayor del
conocimiento que mostraron: Albert CAMUS [1913-1960, Nobel
1957], Jean Paul SARTRE [1905-1980, Nobel 1964] y
Octavio PAZ [1914-1998, Nobel 1990]. Tres muy notables:
pero, hubo más hacedores, tan admirables como los citados,
igual seducidos por la «Mater» de la
«Inteligencia Antropomórfica». Entre ellos,
con efusión, menciono a Mario VARGAS LLOSA [1936,
flamante Nobel 2010]: un hombre de la «resistencia
intelectual» en Ultimomundano, hostigado por la
«Cofradía de Petropredadores del Siglo
XXI»

En Mérida, una ciudad que ha sido la más
hermosa y más anhelada para vivir por intelectuales y
artistas de Venezuela, Ricardo GIL OTAIZA (1961, un
vanguardista que ininterrumpidamente se ha forjado su propio
mundo) no temió a la Literatura ni a la
Filosofía. Tampoco a la indagación
científica, advierto: y de ello ha dejado testimonio
mediante su libro intitulado Breve Diccionario de Plantas
medicinales
(que suscitó polémica
periodística).

Ahora, en el 2010, nuestro amigo publica Tiempos
complejos/¿Fin del Método Científico?

(Edición premiada por la «Asociación de
Profesores de la Universidad de Los Andes».
Mérida-Venezuela). Leámoslo: […]
«Desde el ámbito científico-académico,
el cambio de paradigma trae consigo importantes implicaciones que
podrían dar un giro de 180 grados a lo que hasta ahora ha
sido el conocimiento científico» [p. 13 de ob.
cit
.]

Los «paradigmas» a los cuales se refiere
GIL OTAIZA son los preceptos, las categorías o
aparenciales axiomas que rigen a la Ciencia durante
determinado lapso en comunidades específicas. Frente a la
cíclica interrogante respecto a qué es la
verdad,
el filósofo A. I. ULÓMOV
sostuvo: […] «A lo largo de los siglos, ha imperado
el criterio de que la veracidad y la falsedad no son inherentes
al pensamiento en cualquier forma: sino, tan sólo en la
forma de los juicios» [La Verdad y cómo llegar a
su conocimiento.
«Ediciones Pueblos Unidos»,
Buenos Aires, 1976, p. 53]

Al imponer su postura, las reflexiones de Ricardo
no son las de quien fallidamente emplea
«paralogismos» tras intentar fundar una tesis que
presume indiscutible. Su propósito es señalar que
los cimientos de la Sabiduría están
resquebrajándose. Centra sus lucubraciones en el discurso
que propugna lo «Holístico», esa especie de
«fenomenología» propia de la percepción
postmoderna del Conocimiento Científico:
según la cual es menester deducir a partir de la
profusión de informaciones de diversa
procedencia.

No es difícil entender que, cuando no deviene de
la Naturaleza, todo suceso humano acaece en virtud de
actos ulteriores a complejos procesos psíquicos que los
individuos motorizamos. Si es inobjetable que a veces la
Naturaleza es la «Reina del Caos», los
racionales somos «complejos» y
«complicamos». Irremediablemente, propendemos a ello:
a profanar las aguas buceando, siempre desesperados por hallar
las causas de la existencia en sus profundidades y sin mirar lo
que flota en la superficie conforme al adagio «In mari
multa animalia sunt» (12)

Infiero que algunas de sus afirmaciones pudieran parecer
falaces ante el análisis precisamente
paradigmático. Transcribiré un ejemplo,
porque de tan escabrosos asuntos tratan las disquisiciones
gilotaizianas: […] «Que la mente y las
manos vayan más allá de lo palpable y lo
comprensible para internarse en otras dimensiones que nos
permitan ser cada día más universales y, por
supuesto, más reales» [Ob. cit. p.
15].

Sería igual lícito refutarlo y aseverar
que todo es «real»: en la universalidad y su
contrario [Lat. «localis»]. No se trata de un
«anverso» y «reverso», no: es la
existencia, inanimada o no, y el pensamiento que le es
inmanente al «Homo Sapiens» [con probabilidades de
trascendencia u ocultación] y no a la «Materia
Inerte». Está ahí, palpable o no, empero
«idéntica a sí misma», y
proseguirá más allá de nuestros sentidos.
Aun cuando no nieve donde residamos, ese estado del agua existe:
es real, desciende y embellece los paisajes invernales. Si yo
experimentase que nieva encima de mi cabeza, mientras permanecen
impolutos quienes me rodean, entonces padezco esquizofrenia. El
mundo no nació ni extinguirá conmigo, pero en tanto
yo no haya escindido me cobijará.

Ricardo GIL OTAIZA cuestiona, severamente, la
institucionalidad del «Método
Científico». Si yo le preguntase de cual
«antitésica» manera pudo haberse establecido
la más elemental «Metodología
Matemática», esa que suma y obtiene un resultado
universalmente aceptado: ¿qué me
respondería?. Si convenimos que la Matemática es
una de las ciencias del conocimiento humano, y su
ejecución «cien por ciento» precisa:
¿podría una sencilla resta calificarse como
especulación?. Él enuncia que […] «la
realidad se hizo compleja, que el método y la experiencia
científica lucen disociados de lo globalizado»
[Idem., p. 43]

No lo olvidemos, atentos a la propia iconoclasia
gilotaiziana
: «Él», libertario e
intelectualmente apto, pronuncia «su antojo»: y,
nosotros, sus lectores, en igualdad de condiciones, tras comulgar
con sus creencias o combatiéndolas, somos profesos del
«Principio de la Razón Inmutable». Cuando se
ignoraba y aun en los tiempos de la
«Ilustración», la «Metodología
Científica» existía fuera de nuestros
sentidos porque es parasitaria del Juicio. Sin enfado,
aludiré al honorable W. WALLACE: […]
«Los métodos científicos procuran eliminar
deliberadamente el punto de vista individual del
científico, y están concebidos como reglas que
permiten adecuarse a versiones específicas del mundo.
Distinción, en suma, entre el productor de un enunciado y
el procedimiento por el cual es producido» [The Logic
of Sciencie in Sociology.
Aldhine Atherton, Chicago, 1971,
p. 11].

Concedo y celebro que sea difícil oponerse a la
conjetura ricardiana según la cual […]
«como hombres y mujeres que caminamos entre dos siglos,
entre dos mundos, nos corresponde aprender a vivir con la
incertidumbre» (Ibídem., p. 130). Por tal
causa, añado que la pendencia de GIL
OTAIZA
en perjuicio del «Método
Científico» es situacional. Así lo
escruto, así lo comprendo, así íntimamente
sentencio legítima la falta de respeto del autor hacia lo
paradigmático: ello a pesar de colocarme, similar a los
pontífices, en un «pedestal» para someter su
compendio a las inclemencias de la crítica
filosófica.

[XIII]

La mitad del
«desquicio» en la lucidez simoniana cuando
«se mira y vierte poeta»

«Ninguna cosa, lucubración o individuo
es
exacto: ni la Matemática, Axioma
Filosófico o Individuo que asevere haber sido
presunta o fortuitamente investido de alguna clase de dignidad.
Salvo el
Poeta, Escritor o Artista que nace en
situación de apátrida: para lucir y ser
pródigo, empero vivir en sempiterno destierro
»
(A. J. URE)

No suelo mirar con sorna ni fichar al dictaminado
«demente» u otras personas que lo parecen o simulan
serlo por divertimento, mucho menos si se trata de un poeta de
proba inteligencia llamado Simón ZAMBRANO (n.
1976): del cual se afirma que es «mitad loco», en un
libro intitulado Nido con aves muertas (13).
Entre quienes tienen licencia para pontificar en materia de
Crítica Literaria «Académica», sin duda
respetabilísimos (14), a la mayoría le
incomoda que, desde el Nacimiento del
«Ingenium»
(ya en la Antigüedad,
irrumpió «imperiosus») los intelectuales
liben: porque, todo el que lo haga tendrá la primera y
última palabra en la Épica de la Existencia con
Simultánea y Expedita Acta de Nacimiento y Muerte.
En
el lugar donde suelo ir a beber alcohol y meditar, el
propietario, un dócil y amable sujeto llamado
«Baco», colocó un aviso en el umbral que
transcribo: «Queda prohibida la venta de licores en
comunidades donde no hayan mujeres u hombres proclives a
embriagarse» (suscrito por el Ministerio para Vendetta
Popular contra los Abstemios y Ascetas
). Empero, qué
cosas afirma Simón para ser «pasado por las
palabras» en la Sociedad de los «C (si)
viles»:

«No estoy loco completamente/pues mi alma de
hombre/ me asusta con sus aullidos de lobo enamorado/perezco ante
la mirada de un poema/que me mira desde lo más profundo/de
una copa de vino/El poeta llora palabras/el hombre las conserva
en su memoria…» (15)

Desde tiempos inmemorables, y hasta nuestra
«exhalación última», Simón
ZAMBRANO
no hará cosa diferente a cualquier escritor o
poeta: se «ejercitará intelectualmente» y
acometerá la «praxis» del juicio que pretende
dilucidar los acaecimientos de una todavía no esclarecida
Existencia, ni siquiera por esos vanidosos individuos
que presumen capitanear un esputo de la «Sabiduría
Universal» al cual llaman «Ciencia Exacta». No
se distancia de la Realidad, se inmiscuye en ella, es un
nada oculto ni frívolo protagonista de todo cuanto le
circunda. Felizmente, sus ya confesos actos son parte de su
impronta literaria:

«Borracho siento la muerte lejana/como el silbido
del viento/en un pueblo acabado/como los dientes de leche de un
recién nacido/Áspera muerte que me
acosas/despídete del olor de duraznos/pues vendrás
a mí cuando los gladiolos/se sumerjan sobre una corona de
olivos… » (16) Previo «ceremonial
sufragio» o «de facto» y no por «laxitud
moral», sino por el exceso de sobriedad presunta de la cual
alardean, en las sociedades incultas los cretinos gobiernan como
si en agitados aguas diestros capitaneasen a un hacinado yate de
dopados y corrompidos piratas desollándose por el tesoro.
Mar adentro, legislan para «criminar» al
Lírico o Letrado: e imputarlos como a
lastres para confinarlos en hospicios o expulsarlos de las
ciudades, comarcas y hasta de baldíos donde cualquier
animal montaraz gustoso danzaría con los
eufóricos y heroicos que,
desposeídos, transitan por los senderos donde Baco alumbra
con sus pócimas de luz que no semejan a ojivas letales ni
fusiles de insurgencia.

Sólo aparencialmente, es cierto que
«[…] el poeta llora las palabras…». En
descargo de la intencionalidad de Simón de no estar
«expuesto frente a los irrelevantes que viven para la
propagación de indigestas y pueriles mofas», digo,
sin su permiso, «en su nombre y el mío», que
los poetas y escritores «no lloramos las palabras».
Discierno que somos hacedores de la más espiritual e
intelectualmente elevada forma del Ser Consciente:
materializada en la Invención o Paternidad,
Empírica o Apriorística, del Conocimiento.

Acto poético o creador, suceso que nos abate a veces:
pero, que igual prorrumpe para celebrar que el hedonismo
es también merecida vindicación para el Ser
Humano
sin arraigo espiritual o profeso del
Ateísmo, y, por ello, propenso a convertirse en
«deicida». El más peligroso asesino del
Ser: que, filosófica y paradojalmente, lo
es porque tiene «ascendente»,
«desciende» y ha «procreado».
Hipotéticamente, exterminándose cometería
«filicidio» y «parricidio»:
abolirá su envergadura genética.

Poco tiempo después, Simón ZAMBRANO
«reincidió» poeta y publicó otra
compilación de textos: Insomne me miro al espejo
(17). Cuando Rodolfo QUINTERO NOGUERA
(también amigo y magnífico hacedor, hacia quien he
persistentemente he mostrado gran afecto y respeto) dijo de los
poetas enclavados en Mérida que son referencias
«[…] de una ciudad ya no tan nevada… ciudad
que ha colgado sus hábitos y ha pintado de neón su
boca nocturna… una ciudad donde la poesía
rescribirá su historia y borrará por siempre el
rostro aborrecible y mustio de godos y prelados»
(18), me produjo una nada enrarecida comunión
emocional a partir de la cual proseguiré
adentrándome en las creaciones de Simón.
Leámoslo, para revivir el asombro y
perplejidad:

«Yo vivía en el refugio de mis palabras
andantes/e imploraba ansiosamente una muerte/rápida y
perfecta para el descanso/de mis agotados espíritus
[…]» (19). Se trata de reconocer la
tradicional prolijidad creativa que ya nadie, jamás,
podrá preterir de los intelectuales venezolanos casi nunca
acompañados por el «Funcionariado Mayor de
Estado»: como suele ocurrirle a escritores en otras
naciones menos impactadas por el «farandulerismo» e
«inmediatismo político» que invade cada
resquicio y mediáticamente enajena, que convierte a la
mediocridad en un complejísimo y ridículo
«Asunto de Estado»: cuyo estilo exporta mediante la
novísima imposición cívico-militar de una
ilegítima institucionalidad adversa de
Imprescriptibles, Inalienables y Humanos Derechos
Universales.
Pústula de corte castrense que, sin
ambages, defino «Diplomafia Universal, Supralegislaciones,
Corporativa y de Franquicia». Enemiga del Arte,
Literatura
y el Librepensamiento sin los cuales la
creación (ad infinitum) hibernará y los
seres serán menos fraternos y más hostiles en su
trato o comunicación.

En Insomne me miro al espejo,
inequívocamente percibo el plausible pugilato
poético
de ZAMBRANO: su lidia con las
vicisitudes y alegrías que a todos nos depara nuestro
forzoso matrimonio y divorcio con la Vida y la
Muerte, quienes, «en Concierto para Delinquir y
Tiranizándonos», cabalgan encima de nuestro Ser
Físico
para trascender (se) en lo paranormal
e inexplicable de la «Existencia»: esa
verdugo y magistrada a la cual ya no temo, pero que me aflige
siempre que déspota actúa. Yo ovaciono el coraje de
Simón cuando exorciza sus fobias, cuando brinda por su
felicidad súbita y la de sus amigos, por su amor al
vástago y cónyuge, su desasosiego o su renuncia
frente al poder de la Muerte que sabemos nos aguarda:
pero que, siempre y altanera, sorprende llevándose a seres
amados y benévolos. Cuya avidez no admite
«concilios», «permutas» ni
«prórrogas» cuando se trata de dictar
«ajusticiamientos»: sin admitir recusaciones,
súbito antojo, decide y procede.

Tal vez inmisericorde e insolente, pronuncio que a la
mayoría de los creadores no se les debe exigir la
virilidad del invaginado. Lo expreso porque no todos lo
hombres pueden serlo cuando a su parto procedió la
«castración» del «circunciso»: no
se esperó que, siendo infante en fase evolutiva, rompiese
por sí mismo su «fálica envoltura de
cascarón». No en vano y extramuros, comencé a
leer a ZAMBRANO con expectativa y persuadido que fuese uno
de las aves mensajeras que fluidamente surca el cielo en
armónico vuelo y exacto destino.

[XIV]

Los textos como
«frutos
fantasmas» de Homero Vivas
García

«La Humanidad ama, empero igual
impreca a sus poetas y escritores. Porque, sin ellos o por su
causa, los que ofician
regímenes despóticos
no reinarían con los blindajes intelectuales que les
confeccionan sus remunerados bufones. A veces somos
la
verdad en la contradicción, exponentes de
antilogías o metamorfos, empero la Historia,
aun cuando pudiera maquilar hechos, no tiene licencia para
exculpar al talento cobarde que (por estipendio)
delinque
» (A. J. URE)

Hace más de tres décadas, en el curso de
una «juerga» de escritores que libaban para celebrar
la nada infrecuente presencia de Víctor VALERA MORA
en Mérida (al que apodaban cariñosamente «El
Chino», siempre tratado como una leyenda en el
ámbito de la Literatura Nacional) y la
inauguración de una galería de Arte en un
novísimo centro comercial, yo flanqueaba a Carlos
CONTRAMAESTRE
y Salvador GARMENDIA (20). De
repente, uno de los fundadores del «Nadaísmo»
en Colombia, Armando ROMERO (autor de un volumen de textos
de «vidrio») le preguntó al muy querido y de
aspecto famélico Héctor VERA qué
libro escribía durante esos días: «Como
emisora de crisis,/como frutos fantasmas/pedradas de luz»
-con acento castellano culto, formuló (su esposa era
española y él tenía, ligeramente, ese tono
dialectal). Esa noche me impactaron varios óleos
Emetrio DARÍO LUNAR, que, de improviso, suelen
reaparecer en mi psique.

Admito que tan formidable expresión me
haría proclive a sucesivamente buscarlo, para que
platicásemos en una modestísima oficina de gobierno
donde él laboraba (21). Durante aquellos tiempos,
donde los intelectuales no éramos vistos como
«individuos letales», como ahora lo experimentamos
(incluso lo percibimos, infamemente, en perjuicio algunos
«Individuos de Número
Correspondiente
» de las «Academia de la Lengua e
Historia»), nuestros textos no dejaban «tatuajes o
marcas de interés criminalístico». En los
actuales y aciagos días, los «supremos de
gobierno» aseveran que sí somos peligrosos y que
propugnamos la «desestabilización del Status
Comunista Veintiunchesco».

En plena y auténtica «Revolución
Insurgente y Renacentista de la Cultura Venezolana»,
acaecida durante las Décadas de los Años 70-80
-90,
presumo que Homero VIVAS GARCÍA (n. en
1953) ya habría redactado su tesis de grado para egresar
en «Leyes» por la Universidad de Los Andes. Y
soy testigo que escribía poemas: tendencia que siempre han
exhibido los más acuciosos abogados y que, según
los casos, deberían merecer sesudos análisis por
parte de doctos en «Psiquiatría» o
«Sociología» (22).

Los poetas han sido, tradicionalmente y en extremo,
hábiles para seducir a las féminas: empero, en
ocasiones, las hieren con versos sin que ellas lo capten. No
sé si a causa de mi perturbador y sempiterno insomnio,
quizá me haya equivocado al dictar (me) que
jamás la «meta-textualidad» (23)
estará ausente o será prescindible en la
«Creación Poética» o
«Prosaesis». Leamos a VIVAS
GARCÍA
: «[…] tenías la
maestría de las grandes madamas […]
desperté/recuerdo que eras sólo algo que con
estrépito roncaba a mi lado/los pájaros gritaban en
los naranjales/la noche había sido la máxima
expresión/ahora me preocupaba esa sensación
extraña/el tiempo aceleraba procesos»
(24)

Ese iniciático poemario de Homero no
sería presagio del «Perpetum Yo Mismo», del
obseso o hastiado, aun amado por divas, que caracteriza a los
efebos en fase de «post adolescente terrible».
Prosiguió su «contienda poética»,
cierto que todos la tenemos, pero su «metalenguaje»
desdibujaba a ese que se corroyó en las circunstancias de
la juventud para develar «aporísticos» y
densos textos en Índigo (25):
«[…] Son estas nubes que descargan/y no plena este
pozo tuyo/Cuantas veces haré vueltas a este
camino/Qué diques abriré/Qué de ríos
podrán cubrir tu gloria […] Vengo de un reino
oscuro/quiero luz/estoy hambriento […] ando sobre caminos
temidos/brasas quemaron mis plantas…»

El profesional o intelectual
«arquetípico», que discierne, es
diestro y refuta, se enfada con el
«inmediatismo» que a todos nos abate. Por ello,
Homero buscaba que su espiritualidad emergiera para
sosegarse: y celebrar que otros lo hiciéramos mediante la
lectura de sus inferencias, con goce por sus palabras e
intencionalidad. Los poetas atentos a la
«jurisprudencia», como VIVAS GARCÍA, se
empecinan en la «viabilidad» del concilio y
fraternidad entre los seres humanos: y, como tienen el «Don
de la Invención y Expresión Lírica»,
felizmente pontifican. Lo hizo mediante un tercer libro, escrito
en la plenitud de su Edad (Obscura) Adulta,
intitulado Albur. Helo aquí, en su
«Perpetum Yo Mismo» que del cual
shopenahuerianamente nos ufanamos los hacedores:
«Con estas manos/digo/y se aquieta/la boca/Con esta
lengua/soy una presencia/Con esta pluma/casi un Dios»
(26). Los poemas de Homero me recuerdan que todo lo
que escribimos semeja a hectorianos «frutos
fantasmas» o «pedradas de luz», desaparecen e
irrumpen, cualquier madrugada, en alguna conciencia despierta o
insomne como la mía. Y, si viviese, lo habría
sentenciado Artur: «Los poetas ostentan la soberbia
permitida por el mérito».

[XV]

Alrededor de
Cuentos, un libro «de un tal Gil
Otaiza»

«Convicto y confeso, defino al Cuento
idéntico a una capitulación frente a nuestro
inexplicable, inconsulto y abrupto nacimiento que nos
mantiene
hostiles: y que dio origen a la poco
fiable
Historia, esa que registra nuestra
absolución o condena. Presumimos ser
beatos o pendencieros en (Caos) la
Existencia, hasta asumirla escrituralmente como tragedia
o ventura a causa del terror que inspira la
Caterva Letal: que, soberbia, gozosa, impune y sin freno urde
contra la
Preponderancia del Ingeniumm y Razón
Suficiente e Inmutable» (A. J. URE)

De GIL OTAIZA (n. 1961) y por diversas razones,
entre las cuales nuestro concilio «no episcopal» que
me honra, celebro la publicación de Cuentos
(27), antología personal de sus narraciones menos
extensas, virtud al apoyo del «Vicerrectorado
Administrativo» de la Universidad de Los Andes
que, en tiempos obscuros para los hacedores institucionales,
dignifica la creación literaria en nuestra
vetusta y honorable casa de estudios superiores (28). Me
alegro, primero, porque no me equivoqué al advertir,
temprano, hace más de veinte años (cuando
leí su novela Espacio sin límites, 1985)
su talento literario y sobre el cual escribí para
promoverlo en importantes diarios nacionales: e, igual, en la
internacional revista ALEH universitaria que
dirijo en «situación de infame suspensión
presupuestaria». Ricardo era un joven docente que ya
prematuramente destacaba por su erudición y
aptitudes.

Tiene sentido que el escritor haya iniciado su
selección con El príncipe de las mil caras
(29), puesto que quiso presentarnos
cronológicamente sus invenciones. No ha sido Ricardo
GIL OTAIZA hacedor de historias breves, lo cual no
desmerita ni menoscaba sus (explícitos reconocimientos)
esfuerzos intelectuales en tiempos cuando, no se si por
«fortuita boga», la «brevedad narrativa»
quiso imponerse durante las décadas de los años
80/90 (S.XX) en el Panorama del Cuento Venezolano que
impactó internacionalmente (30)

En El príncipe […], Ricardo
cuenta, previa bucólica descripción de una
naturaleza no exenta de una iglesia y cuanto panorámica y
fílmicamente le circunda: animales, plántulas, el
[fustigador] recurrente y veraniego clima. Nos transfiere a un
ámbito en el que nos describe cómo, aburridamente y
sin aparente novedad, transcurría la vida en un poblado
rural como en cualquier territorio del mundo en el cual un
elemento absurdo y fantástico a la vez puede conmovernos o
perturbarnos similar a «una [catarsis] fuga»
en la ejecución de un instrumento musical: la muerte de un
loro a causa de una descarga eléctrica de «Alta
Tensión», mascota de un albañil del lugar, lo
transformó en ebrio y escoria de la comunidad en la que,
además, insospechadamente, halló en el padre Rafa a
un secuaz, uno de los que protagonizaría en la historia y
que recibió sanción por parte de su jefe de
obispado (de prisa, para enmendar el daño que el
párroco hizo a la «edictum ecclesia»,
ofició el envío de un suplente para el cura
cuestionado por malviviente).

Con el advenimiento del sustituto del padre Rafa
(acompañado de alguien desconocido y aparentemente
extranjero) a la diócesis, se sucedió una tragedia
en la vecindad: el sacerdote Rafa apareció muerto,
flotando en las aguas del cercano Río Labranza.
El cadáver del –inicialmente- imprecado, y casi
lapidado religioso, fue llevado al sótano de la iglesia
del pueblo, en una urna de vidrio, lo cual denotaba una especie
de desagravio o exculpación pese a su explícita
«mala conducta»: suscitando enfado al obispo. Era
obvia la abortada pretensión popular por convertirlo en
santo: en físicamente incorruptible sin previo
embalsamamiento.

Pero, los extraños sucesos no cesarían
(entre los cuales las transformaciones que impulsó el
advenedizo y sustituto padre Hoyos, siempre flanqueado por su
rubio y codicioso compañero de aspecto extranjero y
ninguna fiabilidad). Comienza la «omnipresencia» del
narrador del cuento, el
«niño-¿monaguillo?» que se
convertiría en una especie de «espía»
del presbítero y su, tal vez, más que auxiliar,
acaso ¿«amante»?. Hay que presumir que los
«prejuicios» u «oscurantismos» de comarca
debieron estigmatizar a los habitantes de costumbres apacibles y
nada «postmodernas».

Cierto que luego de una fortísima riña, y
de incesantes reuniones nocturnas «a puertas
cerradas» (quizá dionisíacas u
orgiásticas) con mujeres, Hoyos pudo haber asesinado a su
«edecán». Ulterior a las investigaciones
emprendidas por el «Jefe Civil», lo
descartarían como sospechoso por el crimen del
caucásico finalmente olvidado. Hoyos continuó con
sus «servicios religiosos» y se convertiría,
al cambio de las cosas, en un próspero individuo y
propietario de una hermosa mansión. Consecuentemente,
también el sitio se modernizo adquiriendo rasgos
cosmopolitas. Pero, el «monaguillo», ya adolescente,
había partido para cursar estudios y no se
informaría de todo ello hasta su retorno.

El niño, narrador-omnisciente,
había marchado y ya maduro regresa al poblado, sin haber
jamás dilucidado lo ocurrido en la iglesia cuando fue
infante y púber. Pero se topa con quien fue el
albañil y piltrafa de la parroquia,
¿milagrosamente? regenerado, y se entera de la
auténtica personalidad del cura Hoyos: un afamado forajido
de «mil caras».

En sus tramas más «novelescas que
«cuentísticas», que son «parientes en
primer grado de consanguineidad», es evidente la
propensión (¿moralizadora?) de GIL OTAIZA
mediante relatos donde la moraleja, misterio e indagación
psicológica nos recuerda a Honoré DE BALZAC
(1799-1850, francés), R. L. STEVENSON (1850-1894,
británico) y otros clásicos de la Literatura
Universal
como Albert CAMUS (1913-1960,
francés) o el ruso Fiodor DOSTOIEVSKI (1821-1881).
No pretendo asociarlo «estilísticamente» a
ellos, nunca cometo semejante herejía con ningún
autor por la inviabilidad del plagio y la inteligible
aceptación de influencias universales: sólo percibo
ese vórtice del «Ingeniumm Invetio Officium»,
que distingue y separa a los verdaderos escritores de la
«vulgata» y los frívolos del
«bestsellerianismo enfermizo» con sus libros de
«autoayuda» o «ultimomundismo
maravilloso» de «suda [ca] ca» o
«cacasur», invención de corporaciones
editoriales para la consecución de «plusvalía
literaria universal» mediante escritores del
«aborigenato» (tan deplorado por el difunto y
provecto Hombre Letras Juan LISCANO).

De BALZAC y muchos más he disfrutado
leyéndolos, como cuando adolescente me adentré a su
Eugenia Grandet (novela, 1833). De Ricardo GIL
OTAIZA
también, cuando me he sumergido en algunos de
sus relatos, como el titulado El Suicida, por la
«vitta y «ventisca» de las patologías
«psico-sociales» que exuda o expele:

«Llegó un momento en el que la idea de
suicidarse se transformó en una obsesión,
razón por la que no había conversación en la
que no lo mencionara. Sus amigos pensamos que se trataba de las
especulaciones propias de un egocéntrico, cuyo norte
siempre había sido llamar la atención de sus amigos
y familiares (…) Lo admiraban por su gran talento, por esa
innata capacidad de fabular todo lo que se le pusiera por delante
(31

Convicto y confeso, defino al Cuento
idéntico a una capitulación frente a nuestro
inexplicable, inconsulto y abrupto nacimiento que nos mantiene
hostiles: y que dio origen a la poco fiable Historia, esa que
registra nuestra absolución o condena.
Presumimos ser
beatos o pendencieros en («Caos»)
la «Existencia», hasta asumirla escrituralmente como
«tragedia» o «ventura» a causa del terror
que inspira la «Caterva Letal»: que, soberbia,
gozosa, impune y sin freno urde contra la «Preponderancia
del Ingeniumm y Razón Suficiente e
Inmutable» Estoy persuadido que ello, fidedigna y
corajudamente, Ricardo GIL OTAIZA lo aplica
vertiéndose a la Praxis Narrativa (con
mayúscula y cursiva)

[XVI]

Estética del
Abatimiento Amoroso en Quintero Noguera

«La Poesía es uno de los
mayores y maravillosos alumbramientos de los seres
intelectualmente superiores o racionales, quienes,
fundamentándose en lo que yo defino
Razón
Suficiente e Inmutable y ávidos de enunciaciones que
dilucidaran su presencia en el
Universo, igual
engendraron al resto de las
Bellas Artes para consagrar
el
Imperio de la Cognición» (A. J.
URE
)

Los primeros poetas griegos «decían»,
no «evadían» con destellos poéticos.
Hiponacte de Efeso, por ejemplo, que vivió mendigo, fue
vulgarmente expresivo: «Por qué a mí (Hermes)
no me diste todavía un manto grueso,/remedio del
frío en invierno,/ni cubriste mis pies en gruesas
pantuflas,/para que no me salgan sabañones» (540 a.
de C). Pero, también hubo quien adulara (a dioses,
guerreros y féminas) o que incisivamente golpease a la
casta política: «Mi corazón me impulsa a
enseñarle a los atenienses esto: que muchísimas
desdichas procura a la ciudad el mal gobierno, y que el bueno lo
deja todo en buen orden y equilibrio, y a menudo apresa a los
injustos con cepos y grillos, alisa asperezas, detiene el exceso,
y borra el abuso […]» (Salón de Atenas, 600
a. d C.)

Para merecer la «Investidura de Poeta»
tenemos que ser, primero, fidedignamente actores y nunca
árbitros. La perplejidad para quien vierte escritura no
semeja a esa de quien enmudece frente a la belleza, crueldad,
injusticia, el amor o la muerte. Por ello, Rodolfo Quintero
Noguera lo fue [formidable] con El amor a veces, el olvido
entonces:
y recién lo es, de nuevo, a través
de su libro La flor del osario (Ediciones Mucuglifo,
2010). Leámoslo: «Quizá nunca como
entonces/el amor fue la síntesis decrépita/de una
luz que buscó agotarse/en la resurrección del
alba» (p. 17)

En Quintero Noguera hay persistencia en la
temática del amor, que en numerosas ocasiones se exhibe
corrosivo. Porque: a una mujer y un hombre que se atraen sexual
más que intelectualmente, siempre aguardará el goce
y la querella. Los acercamientos íntimos son desahogos, y
las separaciones «medidas cautelares» que
ningún magistrado oficia: sino que, en el curso de las
relaciones entre parejas, tácitas devienen: «Di que
te amé/que anidé semillas en tu vientre/y que
juntos conocimos el amor/Que hubo un jardín/millones de
semillas por sembrar/húmeda de tierra/nardos y gladiolos
[…] Que entre tus manos y las mías hubo un
sueño» (Puntos finales, p. 23)

De hecho, el acto de «eyacular» en el Hombre
es su forma poética de aparencial dominación y de
resistencia ante la muerte cuando está inmerso en la
profundidad del placer: no es un morboso desquite, sino la
consumación de su efímera vida que intenta
transmutarla en «otro» u «otra»
(¿réplica suya?) de hipotético por venir.
Rodolfo pareciera entregado al pugilato que le plantea la mujer,
sempiterna musa y espina que resguarda un maravilloso
néctar, dueña del varón afligido:
«(…) Tú/que has hecho del amor una ominosa
entelequia/de aves circulares/y yaces como epitafio del
pájaro sin alas/tampoco conocerás la logia de
alacranes/de un infame corazón» (Canción
de inverno,
p. 26)

Rodolfo Quintero Noguera elabora, con talento y rigor,
su propia «Estética del Abatimiento Amoroso»
mediante una escritura poética de elevada impronta: lumbre
en la oscuridad de las pasiones que enaltecen o denigran la
condición humana, que siempre «infiere» sobre
los «sucesos emocionales» o «ejercicio
intelectual» y jamás oculta las miserias y accidente
representado en la comunión fallida e interrupta:
«Nuestra fue la derrota/el éxito del fracaso/el
revés y el desengaño/los antónimos del amor
[…]» (Nuestro será el olvido, p.
54)

[XVII]

De Carnal a
las apacibles Memorias del Relámpago de un
«luxferiano» impune

«Mientras me platicaba con forastero acento
sobre
OUSPENSKY y GURJIEFF, me
preguntó por
LUZBEL: y me dejó, de
súbito, perplejo. Durante casi cuatro décadas, e
investigado quien (entre los escritores, dramaturgos y artistas
que esa noche orinaron ritualmente encima del primer ejemplar de
mi libro
Espectros) me había delatado:
porque, con el advenimiento de la resaca, supe que ese hombre
alto y también grande poeta, de incisiva mirada e
irreverente discurso, no mencionó en vano el nombre de
nuestra
Mater PROVIDENTIA ni identificó al
legionarius que ahí le haría la confidencia
respecto a mi investidura»
(A. J.
URE
)

Fueron tiempos de fervor por la «Creación
Intelectual» y «Artística», en una de
las más hermosas ciudades de la Cordillera
Andina:
Mérida, sobre la cual, en el curso de la
«Década de los Años 70», con más
pleités que sarcasmo, un portentoso
hacedor venezolano me dijo que «era un cementerio sin
paz» (32). Otro, nacido en Ejido y que
departía con nosotros en el novísimo Hotel
Prado Río,
autor de También los hombres
son ciudades,
lo espetó advirtiéndole que
«ningún lugar del Mundo semejaba más al
Paraíso» (33)

Carlos DANÉZ ha sido un seductor innato,
no premedita hacerse amigo de nadie ni ejerce de pendenciero para
la consecución de fortuitos verdugos. Su andar pausado y
erguido, su fluido e inteligente discurso
«aristofanesco» identifican a un poeta-dramaturgo
irrepetible que ha [con probidad] conducido su fértil
existencia: amenazada por los auto-investidos de
«inquisidores» y «excomulgadores» del
sector del Episcopio Falaz de Academia. Ese que no busca
otras formas, distintas a la censura, para purgar su tedio:
propio de la burocracia eunuca. Cuando publicó
Carnal (34), experimentó los latigazos del
prejuicio que a los escritores-librepensadores y
propensos a la disestesia nos enfadaría. Leamos
uno de sus formidables textos: «El olor a sexo nos repugna:
luego nos acaricia. El olor a Dios desde el sueño/en
borbotones hasta las flores/canta desde el poema/y nos despierta
en la palabra./Tu clítoris da muerte a la vida
ordinaria» (35)

Aun cuando en claustros universitarios se discierne, con
explícito desenfado, alrededor de escritores o poetas
sobre quienes se redactan tesis o monografías, nosotros no
somos admitidos como parte de la «Institucionalidad
Universitaria». Algo similar sucedía a los
intelectuales griegos en la Antigüedad, a la
mayoría que no tenía un benefactor y que, en las
obras de teatro de Aristófanes (36)
aparecían como personajes incómodos: ingeniosos
mediante la Sátira y Comicidad. Se
mofaban de los imbéciles, serviles y cortesanos. A causa
de su infinita y lesiva ignorancia, la «Sociedad
Civil» (idéntica a la que hoy sufraga
políticamente a favor de «simiescos») presume
que no tenemos «estirpe» y que estamos propensos a la
«demencia». Lo cual nos mantiene a la intemperie y
segregados, sin poder resguardarnos de la periódica y
torrencial Moral: de esa «Mariana» que no se
sabe de dónde [con exactitud] precipita su lluvia
ácida o radiactiva.

Cierto: aun cuando ya seamos testigos de incesantes
desarrollos científicos y tecnológicas, la
«secularidad» e ¿inmutabilidad? de la
estupidez de la Congregación de Escritófagos de
Academia
no ceja sus propósitos de enmienda: a
DANÉZ hay que corregirle su «perversa
psiquis» para preservar la aburrida quiescencia a los
exarcas del Episcopio Falaz: nada parecido al
Episcopado de Lícita Ecclesia, que admiro por su
coraje y resistencia frente a los «Actos Vandálicos
de Gobierno» que pretenden exterminarlo. En
Carnal, Carlos deviene Literato en
mayúscula, pero presuntamente blasfemo y hereje
sólo por verter su a-gnóstica inventiva:
«Dios es inmoral por culpa de nuestras desgracias.
Permanente e inmóviles vamos hacia el atardecer./La muerte
nos ilumina la oscuridad/por eso te regalo otro coito/»
(37)

En los predios del Averno, el goce se halla
previo cortejo para la consumación de un principesco
coito. El «Homo ex machima» o extraterrestre
virgiliofergussoniano [híbrido vástago de
esos y esas que, en 1976, aterrizaron en el Páramo de
la Culata
y salieron sin vestimentas del OVNI para
invitar al flautista a participar en una orgía] representa
el «summun» de la celebración de lo
paradisíaco terrrenal e inmutabilidad del
Hedonismo. Ya lo había dicho EPICURO
[341-270 a. de C.]: «El placer es el fin supremo de los
hombres».

Somos «conversos»: principescos que
«Nihil est Belcebú acceptius». Sin una
credencial oficial de las que imparte la «Institucionalidad
Universitaria» [ese ridículo e insepulto Consejo
«Inquisitorial», que, frustrado persigue a los
portadores del «Legatum Luxferiano»], yo declaro
«Rex» a Carlos el Grande y emparento su
magistratura intelectual con la que tuvo OUSPENSKY:
«[¡Todos sus placeres son materiales, sus cuerpos son
materia y sin su cuerpo material no pueden experimentar
sensaciones de ninguna clase! Aquél sin sensaciones no
tiene existencia…» (38)

Partes: 1, 2, 3
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